A 20 años de su llegada al país desde Fujian, Yi Lin recuerda sus primeras sensaciones en Buenos Aires y los días que vivió en la calle. Su crecimiento profesional y las nuevas costumbres. Un testimonio en primera persona.
Pasó mucho tiempo desde el día en que llegué a la Argentina, pero la fecha sigue intacta en mi mente: 1° de abril de 1994. Tenía 24 años y muchos sueños que viajaron conmigo desde Fujian, la provincia en que nací y desde la que llega la mayoría de inmigrantes chinos que se instala en Buenos Aires.
Había estudiado para ser técnico en computadoras y no sufría problemas económicos, dado que mis padres trabajaban en el Ejército. Pero yo tenía el objetivo de armar mi camino, porque todos pensaban que lo que tenía era gracias a mi familia. Así fue que decidí venir a la Argentina, un país al que llegué porque mis padres –en parte facilitaron los trámites de la visa, y sin importarme las amenazas de mi novia de entonces de casarse con otro hombre.
¿Qué sabía de este lugar? Sólo lo conocía por Maradona, nada más. De hecho, creí que se hablaba inglés y empecé a estudiarlo para no pasar papelones cuando empezara a vivir acá, pero no pude evitar esa situación.
Al salir del aeropuerto de Ezeiza sentí que iba a lograr mis sueños en la Argentina, aunque al principio nada fue fácil. Entré en una furgoneta con otros diez compatriotas y, cuando pasamos por Villa Celina, varios empezaron a llorar al ver las ventanas de las casas rotas. ‘¿Dónde vinimos a vivir?’, se preguntaban. Yo también tenía la misma sensación, pero en ningún momento me arrepentí de haber llegado a este país. Y eso que no tenía familiares que me estuvieran esperando, así como tampoco un hogar para vivir.
Gracias a otro inmigrante chino que había conocido en el avión, pude ir a una pensión de la zona de Plaza Constitución.
Pasé momentos muy difíciles, pero cuando uno lucha por su proyecto personal, los supera. Mi primer trabajo fue en un supermercado de Villa del Parque, sobre la calle Alvarez Jonte, donde me pagaban 300 pesos por mes y vivienda. Allí aprendí el idioma mientras cortaba fiambre y realizaba otras tareas. A los seis meses me tomaron en un restaurante chino por recomendación de un amigo, pero estuve tres meses sin cobrar sueldo y, al final, fui despedido con el cierre del lugar. Sin un peso en el bolsillo, tuve que salir a buscar otro trabajo y vivir en la calle.
Pensaba qué había hecho mal y no le echaba la culpa a nadie. Sabía que era el gran responsable de mi destino. Quedaba en Pavón 1960, un lugar complicado por la oferta de prostitución que existe en esas cuadras.
En ese momento, sentí que debía adaptarme a la Argentina, y no que el país se adaptara a mí. Comencé a buscar trabajo y llegué a otro supermercado chino, donde me ofrecían vivienda.
De a poco fui escalando, hasta que me ofrecieron ser socio del negocio. Sin capital, logré la confianza de los proveedores, que me dejaban la mercadería y aceptaban que les pagara unos días más tarde. A medida que pasaron los años, abrí mis propios supermercados en Villa Lugano y San Martín.
En uno de mis supermercados conocí a mi esposa, Déborah Huczek, que era cajera. Ella tiene una filosofía parecida a la de los chinos; no le echa la culpa a nadie. Nos enamoramos y tuvimos tres hijos. Mientras ella estudiaba abogacía, pusimos un bar en Flores, que estaba abierto todo el día y los fines de semana tenía shows musicales.
Y a fines de 2004, después de que Débora se recibiera de abogada, abrimos el estudio INA, que une las últimas tres letras de la Argentina y China.
Arrancamos con una oficina muy chica y una sola computadora, pero logramos crecer y hoy brindamos asesoramiento en temas inmigratorios a la comunidad china. También ayudamos a las empresas asiáticas que quieren instalarse en el país.
A 20 años de haber llegado al país, con una esposa y tres hijos argentinos, me siento muy satisfecho. Aquí concreté mis sueños y armé mi propio camino, tal como le decía a mi familia en China. Incluso, entendí el pensamiento de los argentinos y adquirí algunas de sus costumbres. Tomo mate, juego al fútbol y soy hincha de Boca. No me arrepiento en nada de haber venido a la Argentina. Quiero vivir muchos años más en este país.