El Coronavirus y los riesgos de un Estado paternalista

Mientras todo el mundo se somete al encierro, incluida mi familia por supuesto, y se alienta a cumplirlo para preservar nuestra salud y no enfermar o morir, me he puesto a pensar desde hace varios días acerca del efecto degradante que esto genera en nuestros derechos civiles y políticos.

Muchos agradecen al “papá” Estado por las buenas obras que se vienen realizando a favor de preservar un sistema de salud público. También se le agradece que provea de alimentos básicos para las personas sin recursos. Muchos instan a que más policías circulen por las calles. Muchos de nosotros nos mostramos como ejemplo de buenos ciudadanos cumpliendo la cuarentena, incluso en solitario.

Mansamente aceptamos que el Estado tenga el control absoluto de todos nosotros bajo una serie de amenazas: te podés enfermar, contagiar y morir si no te resguardás, etc., amenaza que, a la luz de los resultados, más que una profecía es una cruda realidad. Pero más allá de que otra alternativa no nos queda, la pregunta vuelve incesantemente a mi mente. Pareciera que estamos viviendo el sueño de algún tirano con hambre absoluto de poder. Sueño para él, o ellos, y pesadilla para nosotros aunque por ahora no nos demos cuenta.

Y es que no puedo dejar de pensar lo servil que este nuevo virus #Covid19 es al Estado y a sus ansias de disciplinar. Nos tiene a todos maniatados. Sin poder producir, sin poder brindar nuestros servicios, salvo los esenciales que se brindan en situaciones de emergencias como estas. Nos tiene a todos encerrados, privados de la libertad (no podemos circular, ni reunirnos con familiares o amigos, ni transitar por ningún lugar distinto a los rincones de nuestra casa). Un panorama absolutamente ideal para imponer alguna extrema forma de poder, de avanzar más allá de lo que hubiésemos imaginado. Una pandemia, una peste, o un virus pueden ser terribles instrumentos de dominación.

Nadie puede negar que las instituciones democráticas están suspendidas: el Poder Legislativo está en receso, al igual que el Poder Judicial. Es decir, existe una suma del poder político en cabeza del Presidente y sus ministros, cuyas resoluciones se dictan por decreto sin ningún otro tipo de control. A nosotros, los encerrados ciudadanos, no nos queda otra alternativa que confiar en la buena fe de nuestro Presidente y la de los presidentes o primeros ministros del mundo entero. En esta, nos encontramos casi todos igual.

Y adviértase entonces que no se necesitaron armas, no se necesitó ir a ninguna guerra para lograr tamaño efecto: el de tener a todos los ciudadanos encerrados, rezando porque esta pandemia termine pronto y sobrevivir. Vivimos en un estado policial pleno a nivel mundial, quién lo hubiese imaginado hace muy poco tiempo atrás. Hoy es por nuestro bien, mañana quien sabe.

Sin embargo, considero que es prudente recordarle a nuestros gobernantes, ocasionales administradores del conflicto, que esa suma de poder fue conferida por el virus y no por el pueblo. Y que cuando eso pase deberá cesar de inmediato. Desconozco si el Coronavirus es producto de una guerra biológica, si China o Estados Unidos fueron los responsables de este desastre. Lo que sí puedo percibir con claridad son sus efectos.

Como ciudadana libre -así es como me siento y proclamo, libre de pensar y de decidir mi destino- no quiero que el Estado me regale un solo centavo. No tenemos porqué agradecerle que nos brinde un servicio de salud ante esta emergencia. No quiero esperar con la mano en alza sus migajas porque siempre me dediqué a producir, siempre trabajé, siempre estudié, siempre eduqué a mis hijos para que sean seres libres e independientes.

Ahora estamos todos arrodillados frente al Estado, nuestro gran amo y señor, y deseo que termine pronto. Pero además, y no es un dato menor, el Estado se sostiene gracias a nuestro aporte, gracias a los que trabajamos y pagamos todos los impuestos que podemos.

El Estado no es Dios. Eso es lo que nos pretenden hacer creer cuando dicen: “estoy aquí para cuidarte”. Debemos responder con todo respeto, por supuesto, y recordarles que están ahí porque nosotros elegimos que así sea y por un período muy limitado en el tiempo. Que son administradores de los recursos que nosotros producimos y que deben hacer las cosas bien, como se debe.

Pero retomando la preocupación que aquí expongo, y a la luz de los resultados, no encuentro otro artilugio más servil y apto que la propagación de este virus para imponernos un Estado autoritario mundial.

Ojalá que me equivoque. Ojalá que todos hagamos bien la tarea y nos sometamos un tiempo al encierro y al abandono temporal de nuestras libertades. Ojalá pronto el Estado se deshaga del ropaje del dictador que le tocó usar. Ojalá pronto vuelva a su lugar y comprenda que somos seres libres y se despoje fácilmente del rol de “papá”, y comprenda que no es Dios ni nunca lo será.

Por la salud de todos, tanto física como institucional, deseo que este virus se fulmine pronto y las libertades resurjan, como es su destino.

Abogada especialista en derecho Civil y Penal

Por: Déborah Huczek

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-coronavirus-riesgos-estado-paternalista-nid2347693